La necesidad de crear imágenes.

La información que recibimos de nuestro entorno, de nuestro mundo, a través de los sentidos nos produce sensaciones y emociones primarias previas al proceso racional. Este complejo conjunto de sensaciones aviva un deseo inconsciente, una necesidad de representación. La huella sensorial -el desasosiego, la inquietud o cualquier otro tipo de agitación- es la materia prima artística que activa el impulso creativo. El arte es reacción, pero esta se ha de sustanciar, ha de dar lugar a algo; no a una idea, no a un pensamiento, sino a una obra con entidad física, a una forma. El proceso creativo consiste en hacer visible lo que no lo es, en dar forma a lo que no la tiene. Es un esfuerzo por materializar todo lo vago, difuso o indecible que alberga nuestro recinto emocional.

Lo que llamamos proceso creativo es más bien un proceso transformador o, simplemente, un proceso de producción de imágenes con una intención estética. No creamos, pues no partimos de la nada. La obra se elabora a partir de esa materia prima sensorial formada por imágenes, visualizaciones, recuerdos y sensaciones; también por ingredientes intelectuales, pero estos últimos interviniendo de manera inconsciente como un poso que, de algún modo, determina nuestra manera de ver y de sentir. Durante este proceso actúan simultáneamente tres fuerzas. En primer lugar, un impulso de naturaleza irreflexiva e instintiva, la fuerza que hace, que mueve a la acción. En segundo lugar el momento de conciencia crítica, la fuerza que cuestiona y duda. Y finalmente una poderosa fuerza que es el estado contemplativo, la fertilidad de la espera, la quietud y el silencio. No se trata de conseguir un equilibrio perfecto entre estas tres fuerzas efectivamente contradictorias, sino de manejar un cambiante e imprevisible juego de tensiones complementarias entre ellas.

En el curso de este proceso lo más interesante y, sin duda, lo más valioso es lo que aparece sin ser buscado, lo inevitable y lo no pensado. Y uno debe conseguir articular todos los elementos que darán lugar a la obra conducido en todo momento por su instinto estético, no por reflexiones analíticas o planteamientos discursivos. La experiencia del arte y, en última instancia, la emoción estética, tienen lugar fuera del pensamiento.

Nacho Ramírez